La necesaria
diversidad transversal
En los últimos meses
en Venezuela se ha hablado mucho de tolerancia. Asimismo se han abordado temas
como la homofobia (asunto por tantos años silenciado en un país machista y
sexualmente hipócrita), la persecución ideológica, las libertades amenazadas,
el pensamiento único. Todo esto remite a conceptos de exclusión, discriminación
y racismo. Quizá estemos llegando a un punto fundamental de la discusión para
un nuevo pacto social en el país.
La constitución
vigente, en su preámbulo, habla de establecer una sociedad tolerante y
democrática, multiétnica y pluricultural, a lo que le son inherentes la
interculturalidad y el multilingüismo, pero también la libertad de credos
religiosos, la pluralidad jurídica, ideológica, sociocultural y política, y,
por supuesto, el respeto a la diversidad sexual. Todos estos fenómenos deben
entenderse en sus más amplias acepciones e implicaciones, a pesar de que no
siempre encuentran unanimidad de aceptación en los actores sociales.
Enarbolar las
banderas de la libertad y del pluralismo implica un profundo respeto a la
diversidad. En algunos sectores, esto se entiende solo y casi exclusivamente
referido a la diversidad sociocultural; en otros, parecería inclinarse más a la
libertad de pensamiento y opciones políticas. Muchas veces esas posiciones
pecan por asumir lo que niegan: la falta de pluralidad y diversidad.
Un nuevo pacto
social para el país pasa, necesariamente, por el respeto a la diversidad.
Enarbolar las banderas del pluralismo ideológico y de la libertad económica no
puede, o no debe, oponerse a la diversidad sexual ni a la sociocultural. Debe
haber una consecuencia en las posiciones, sin rupturas epistemológicas. Lo
contrario se acerca a la idea del autoritarismo y del fascismo, que solo se
advierte cuando choca contra los intereses y las posiciones de un determinado
grupo que entonces acusa al contrario de poco tolerante.
Ante las reiteradas
amenazas a la disensión, no cabe menos que rebelarse y protestar pacífica y
legalmente sin atropellar ni los derechos de quienes no piensan igual ni la
institucionalidad legal y legítimamente constituida. Pero también, al revés, es
importante insistir en que la diversidad y el pluralismo tienen muchas
implicaciones: desde el pleno reconocimiento de los derechos colectivos de
pueblos y colectividades, como los indígenas y las comunidades campesinas y
locales, hasta el respeto y la supresión de cualquier práctica discriminatoria
(legal o social) para las personas con orientaciones sexuales diferentes.
Denostar a alguien por homosexual o transgénero es tan inhumano e inaceptable
como perseguirlo por sus ideas políticas o su credo religioso, por el color de
su piel o su identidad étnica. Hasta el papa Francisco, en el vuelo de regreso
a Roma, después de asistir a las Jornadas Mundiales de la Juventud, celebradas en
Río de Janeiro, admitió que no tenía la potestad para juzgar las orientaciones
sexuales de las personas. La Iglesia Católica no acepta, sin embargo, algunas demandas
fundamentales de los colectivos homosexuales y transgéneros, como el matrimonio
entre personas del mismo sexo. Este tema, sin embargo, tiende a enredarse en la
estrecha moral sexual de la
Iglesia Católica, que condena toda práctica no orientada a la
reproducción y asimismo pone demasiado énfasis en el celibato obligatorio del
ministerio sacerdotal.
Lamentablemente, en
el enrarecido clima político venezolano, se han mezclado insultos y prejuicios,
y cualquier posición u orientación personal puede emplearse para insultar,
perseguir y someter al escarnio público. ¿Quién estará en verdad limpio de
corazón para lanzar la primera piedra?
Ojalá que quienes
aplauden unas u otras de las distintas posiciones en las que se puedan advertir
elementos, aparentes o implícitos, de intransigencia social y de irrespeto a la
diversidad en todas sus implicaciones, o se adhieren de manera irreflexiva a
ellas cuando son enarboladas directa o veladamente por personeros políticos de
su simpatía, caigan en cuenta de que para construir un proyecto social de verdad
sólido se debe ser consecuente con lo que se piensa, se dice, se hace y se
emplea como argumentos. Tan o más importante, como lo dice la sabiduría
popular, que tanto tiene que enseñarnos, es recordar y poner en práctica
aquello de que no hay peor cosa que escupir hacia arriba.
Horacio Biord Castillo
Este texto se debió publicar en el mes de agosto de 2013 en un medio que no lo consideró acorde con su línea editorial. Por respeto a las ideas que emito y por honestidad conmigo mismo, lo difundo en mi blog, aunque de menos audiencia.